Incombustible
Sencillamente
incombustible. Arda lo que arda, que es mucho, en cada una de sus actuaciones,
Loquillo es incombustible. Tal vez por ese traje ignifugo hecho con el porte
más ‘dandi’, un tanto canalla y desafiante, de estética altiva pero, a la
postre, próxima y directa en el que se enfunda, o será por esa naturalidad
políticamente incorrecta que reclama y de la que presume; pero en cualquier
caso siempre inalterable al paso del tiempo.
Recurre a
la fuerza del rock and Roll, pero también a su visceralidad, a ese sentimiento
más intrínseco y a esa lógica aplastante de visionario aventajado. A esa forma
de ver la vida –‘En la vida, la disidencia es el lugar’-, o mejor dicho, de agarrarla
con la intención de llevarse sus pedazos correspondientes para cantarlos.
Y vaya si los cantó. Todos en el
concierto, en el tiempo de juego, sin bises, nada de tiempo extra. La verdad es
que pocas cosas se podían poner sobre el escenario tras “Rock & Roll Star”
o “Cadillac”, con los que remacharía una velada repleta de recuerdos vivos y
perfectamente flanqueado desde la guitarras por Igor Pascual, Jossu García y,
otro de los incombustibles e imprescindibles, Jaime Stinus, que lucirían al
frente de una banda realmente poderosa.
No hubo tregua para palabras que
no fueran cantadas. Solo lo justo, pocas y cortas presentaciones y una ligera
disculpa por ese corte en el fluido eléctrico que le obligó a repetir, quince
minutos más tarde, “Sol”; pero nada sobre el retraso inicial que pacientemente
soportaron el millar de asistentes. Y es que prácticamente todo lo dicen sus
canciones.
LOQUILLO. Jardines Plau d’Aiamans. Lloseta, 13 de julio
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